¡Hay que consumir España!
23:40 11-12-2008
En una economía de mercado, el consumidor es soberano, compra lo que le da la gana, la mayor calidad al mejor precio posible, aunque sea un producto extranjero. Así debe ser, por mucha crisis, recesión o depresión que haya
Me asomo a la televisión tímidamente por la mañana antes de ir al trabajo y me encuentro estos días, algo insólito, con sesudos académicos aconsejando a la gente que consuma, pues la crisis, aunque grave, no es para tanto, y el gasto sin complejos serviría para paliarla. Aún más, el ministro de Industria, el señor Miguel Sebastián, ha hecho un añadido encomiablemente patrio: hay que consumir preferentemente productos españoles, pues esto ayudará a la industria nacional. Todo esto me produce una gran perplejidad. Los dos tipos de mensajes son inaceptables. El primero trata de endosar a los ciudadanos la responsabilidad de salir de la crisis justamente después de haberles acusado de provocarla, en su desbordado afán por consumir. El segundo es, si cabe, peor, pues apela a una suerte de patriotismo consumidor. No hace mucho que algún consejero de la Generalitat de Cataluña albergó la peregrina idea de subvencionar a empresas que ofertasen sobre todo productos de la tierra -del país catalán, en este caso-, y en fin, las ayudas al comercio minorista, o, dicho de otra manera, las trabas a la expansión de las grandes superficies en las comunidades autónomas son otra forma de afectar o condicionar el asunto más importante que tenemos entre manos, que es la libre elección de los individuos, con el fin de salvar la cara a quienes lo han hecho mal o, simplemente, a aquellos que cuando las cosas se tuercen están abocados a la inexorable reconversión.
Las palabras del señor Sebastián son especialmente dolorosas por algunos motivos. Primero, porque vienen de un ministro. Segundo, porque vienen de un ministro que sabemos que es ilustrado. Tercero, porque viniendo de un ministro ilustrado al que no hay que explicar en qué consiste el mercado, exudan la demagogia más chata y nociva, aquella que más hiere los fundamentos del sistema capitalista que él estudió en la Universidad de Minnesota y que parece haber olvidado. Entre estos fundamentos está que el libre comercio es la madre del cordero, es decir, que la posibilidad de comprar y vender libremente mercancías es la garantía más rocosa de la prosperidad de los pueblos que la disfrutan. Naturalmente, no todos aceptan la evidencia -y ahí está la empantanada 'Ronda Doha' para demostrarlo-. Pero es irrefutable que el mundo es mucho más rico y potente ahora que hace décadas precisamente por el crecimiento imparable del comercio internacional. Naturalmente que, por efecto de la crisis, hay un desagradable retorno al proteccionismo. Lo que resulta patético es que el ministro de Industria lo aliente y lo salpimente de nacionalismo cañí.
Querido ministro, queridos amigos: en una economía de mercado, en una economía liberalizada, en una economía globalizada como la nuestra, con todas las salvedades que quepa hacer, el consumidor es soberano. Es soberano porque es libre de elegir lo que le venga en gana. Así funciona y tiene que funcionar el sistema capitalista. Y como el consumidor no suele ser el tonto de los cojones que vota a la derecha -Pedro Castro dixit-, los listos, e incluso los tontos de la izquierda, cuando van a comprar, suelen elegir los productos que ofrecen la mayor calidad al menor precio posible. Está es la idea nuclear del capitalismo. A todos los tontos de la derecha y de la izquierda, más a los listos de la izquierda -pues no se sabe si en la derecha caben listos-, cuando van a comprar les trae sin cuidado la nacionalidad del producto que meten en la cesta, y esto resulta de una normalidad absoluta y conveniente. Lo que resulta inquietante, patético y del todo punto intolerable es que los políticos -acompañados en este caso por algunos sesudos académicos que empiezo a escuchar por la mañana en la televisión- introduzcan una suerte de tono moral en los actos comerciales, en las decisiones de compra de los individuos. No es que me preocupe demasiado. Estoy absolutamente persuadido de que son mensajes completamente destinados al fracaso, pues las personas reaccionan en función de las expectativas que creen fundadas. Pero me molesta que esta incursión falsamente solidaria en la vida comercial, como siempre con la intención de salvar el país, pueda crear algún complejo de culpa en la gente más sensible, o desate la imaginación de los partisanos más feroces, que podrían ser capaces de cualquier cosa para levantar la demanda nacional. Pero la demanda nacional sólo levantará cabeza cuando se recupere una cierta confianza, lo cual pasa porque la mayoría de los ciudadanos perciba que el país está gobernado por gente seria y eficaz. Mi impresión es que esto es un problema irresoluble a corto plazo.
Artículo del director de Expansión
sábado, 13 de diciembre de 2008Publicado por Carlos Recio